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mayo 19, 2015

Estrés y riesgo cardiovascular. Peligrosa relación

Artículo publicado por Carmen S. Berdejo en el Nº 112 de la revista Salud y Corazón

El estrés es un factor de riesgo cardíaco. Y aunque no hay estudios definitivos que lo certifiquen, la práctica médica así lo evidencia: cuanto menos estrés tiene una persona, menor riesgo de padecer un accidente cardiovascular. Y viceversa.

Aunque no ha sido hasta 2012 cuando el estrés ha aparecido como factor de riesgo cardíaco en la Guía Europea de Prevención Cardiovascular, desde la práctica médica se recomienda desde hace años prestar atención a este proceso que, si se instala de forma habitual en nuestra vida cotidiana, puede acabar afectando a nuestra salud.

El doctor Cesáreo Fernández Alonso, en el «Libro de la Salud Cardiovascular», señala que los factores de riesgo cardiovascular clásicos no han conseguido explicar por completo estas enfermedades y que, en virtud de esta circunstancia, «el estrés debe considerarse un nuevo factor de riesgo de enfermedad cardiovascular».

La vinculación entre el estrés y el riesgo cardiovascular ha tardado décadas en demostrarse. Y han sido los estudios epidemiológicos realizados tras grandes crisis y catástrofes los que han revelado que el estrés mental acaba desencadenando enfermedades cardiovasculares. Sucesos como los terremotos de Atenas (1981), Los Ángeles (1994) e Hyogo (1995) provocaron un aumento de entre dos y cinco veces las muertes no traumáticas debidas a problemas cardiovasculares. Y en los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, lo que las autoridades sanitarias detectaron fue un incremento en el número de disparos de los desfibriladores cardíacos automáticos implantados en pacientes para restablecer su actividad cardíaca.

Un factor de riesgo a controlar
Para el Texas Heart Institute, los factores de riesgo cardiovascular se dividen en dos grupos: los principales, aquellos cuyo efecto de aumentar el riesgo cardiovascular ha sido comprobado (hipertensión arterial, colesterol elevado…), y los contribuyentes, aquellos que pueden dar lugar a un mayor riesgo cardiovascular pero cuyo papel exacto no ha sido defi nido todavía. En esta categoría entrarían las hormonas sexuales, los anticonceptivos orales y, por supuesto, el estrés.

Este último es el que suscita mayor interés en la población general, teniendo en cuenta que el nivel de consumo de ansiolíticos se ha disparado en la última década en España, superando la media de consumo de los países europeos, según el último informe de la Agencia Española del Medicamento. En este se señala que uno de cada tres españoles ha tomado ansiolíticos en el último año. Y es que la crisis derivada de la mala situación económica y laboral ha multiplicado las situaciones de estrés en muchos ámbitos.

Aunque cada vez más médicos ven el estrés como factor de riesgo cardiovascular, aún no se han demostrado los efectos del estrés emocional, de los hábitos conductuales y del estado socioeconómico en el riesgo de padecer una enfermedad del corazón o un ataque cardíaco. Como señala el cardiólogo Alberto Cordero, del hospital San Juan, de Alicante, «todos nos enfrentamos al estrés de maneras diferentes. Cuánto y cómo nos afecta el estrés depende de cada uno de nosotros».

Síntomas de alarma
● Dolores frecuentes de cabeza, musculares y viscerales.

● Fatiga habitual.

● Aumento de la temperatura corporal.

● Sudoración continua.

● Molestias gastrointestinales (diarrea, indigestión).

● Sarpullidos.

● Sequedad de la boca y la garganta.

● Alimentación excesiva.

● Consumo de tóxicos.

● Insomnio.

● Tics nerviosos, irritabilidad, pánico, déficit de concentración y memoria, miedos, fobias, mal humor…

● Sensación de fracaso.

● Disfunción sexual.

● Problemas laborales.

● Conducta antisocial.

Cómo luchar contra el estrés
La lucha contra el estrés para que no acabe afectando al corazón debe abordarse, a juicio del doctor Césareo Alonso, desde la esfera personal y la social, y debe implicar, además de al cardiólogo, a enfermeros, psicólogos y nutricionistas. El tratamiento incluye medidas farmacológicas y, sobre todo, no farmacológicas.

No farmacológicas. Su objetivo es mejorar la calidad de vida mediante la mejora del bienestar físico.

Ejercicio físico. No solo es adecuado para el control del estrés, sino también para evitar otros factores de riesgo cardiovascular, como la obesidad, la hipertensión arterial, el colesterol alto.. Para pacientes no entrenados o con factores de riesgo o enfermedad cardiovascular se recomienda la realización de ejercicio físico dinámico, como la natación, la bicicleta o la marcha, que ejercitan amplios grupos musculares durante largos periodos de tiempo.

Alimentación. Es fundamental llevar una dieta equilibrada rica en verduras, frutas y fi bra, y baja en grasas y azúcares. Se debe limitar el consumo de tabaco, café y alcohol, pues estas sustancias son potenciadoras de estrés.

Sueño suficiente. Para la renovación celular es preciso dormir no menos de 7 horas al día. El estrés es la primera causa de insomnio o de mala calidad del sueño. Existen multitud de opciones para mejorar su calidad, como las técnicas de relajación.

Psicoterapia, técnicas de relajación o respiración y meditación. Cada día, más profesionales de la salud reconocen los beneficios de técnicas como el yoga, el taichí o el pilates, que han demostrado su utilidad para reducir el estrés y mejorar la presión arterial, la circulación y el sistema inmunológico.

Farmacológicas. Cuando el paciente sufre estrés agudo, los médicos pueden recurrir a la prescripción farmacológica de betabloqueantes, antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos. Los betabloqueantes contribuyen a disminuir el efecto de las catecolaminas en el corazón y reducen la frecuencia cardíaca basal y máxima y la tensión arterial, con lo que la respuesta al estrés agudo y crónico será menor.

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